Francisco de Borja era nieto del Papa Alejandro VI por parte del padre; nieto del rey Fernando de Aragón por parte de la madre, primo del emperador Carlos Quinto e hijo del Duque de Gandía.
En su familia se preocuparon porque el joven recibiera la mejor educación posible y fue enviado a la corte del emperador para que allí aprendiera el arte de gobernar. Esto le fue de gran utilidad para los cargos que tuvo que desempeñar más tarde.
Contrajo matrimonio con Leonor de Castro, una joven de la corte del emperador y tuvo seis hijos. Su matrimonio duró 17 años y fue un modelo de armonía y de fidelidad.
El emperador Carlos V lo nombró virrey de Cataluña (con capital Barcelona) región que estaba en gran desorden y con muchas pandillas de asaltantes. Francisco puso orden prontamente y demostró tener grandes cualidades para gobernar. Más tarde cuando fue Superior General de los jesuitas diría: "El haber sido gobernador de Cataluña me fue muy útil porque allá aprendí a tomar decisiones importantes, a hacer de mediador entre los que se atacan, y a ver los asuntos desde los dos puntos de vista, el del que ataca y el del que es atacado".
La gente empezó a notar que la vida y el comportamiento del virrey Francisco cambiaban de manera sorprendente. Ya no le interesaban las fiestas mundanas, sino los actos religiosos. Ya no iba de cacería ni a bailes, sino a visitar pobres y a charlar con religiosos y sacerdotes. Un obispo escribía de él en ese tiempo: "Don Francisco es modelo de gobernantes y un caballero admirable. Es un hombre verdaderamente humilde y sumamente bondadoso. Un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra. Educa a sus hijos con un esmero extraordinario y se preocupa mucho por el bienestar de sus empleados. Nada le agrada tanto como la compañía de sacerdotes y religiosos". Algunos lo criticaban diciendo que un gobernador no debería ser tan piadoso, pero la mayor parte de las personas estaban muy contentas al verlo tan fervoroso y lleno de sus virtudes.
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas posiciones y herederos de sus muchos bienes, fue ordenado como sacerdote, religioso jesuita. Esa fue "la noticia del año" y de la época, que el Duque de Gandía y gobernador de Barcelona lo dejaba todo, y se iba de religioso, y era ordenado sacerdote. El gentío que asistió a su primera misa fue tan extraordinario que tuvo que celebrarla en una plaza. En 1554 fue nombrado por San Ignacio como superior de los jesuitas en España. Dicen que él fue propiamente el propagador de dicha comunidad en esas tierras. Con sus cualidades de mando organizó muy sabiamente a sus religiosos y empezó a enviar misioneros a América. El número de casas de su congregación creció admirablemente.
Los primeros jesuitas llegaron al Perú el 28 de Marzo de 1568; era una expedición de ocho jesuitas provenientes de las provincias españolas. Fue San Francisco de Borja el que instituyó estas misiones, que en un principio abarcó la mayor parte de las actuales provincias de la América del Sur de habla hispana. Fue una de las mas prósperas en apostolado y en vocaciones, hasta la expulsión en 1767
A la vista de Dios se sentía pecador y digno de los mayores castigos. Pero este sentimiento, mezcla de vergüenza y temor, no se reducía a un estéril abatimiento, menos aún a una morbosa concentración en sí mismo, sino que le abría el paso a un ardiente amor a Dios. Cuando todas sus miserias quedaron consumidas en el fuego del arrepentimiento, su alma se abrió a la contemplación de los beneficios divinos y sus ojos se concentraron en Jesucristo, su pasión, sus llagas, su sangre, su alma. Si antes le aterraba la confrontación con la majestad divina, ahora le confunde el enfrentamiento con Cristo paciente. Viendo a Jesús llagado y puesto en cruz, prorrumpe en esa exclamación que vemos repetida varias veces en su Diario Espiritual: "Christus por me vulneribus confectus, et ego sine vulnere!". De aquí que sufriese con paciencia las enfermedades del cuerpo y las tribulaciones del espíritu, que amase ardientemente la cruz y que anhelase dar su vida por Jesucristo.
En su familia se preocuparon porque el joven recibiera la mejor educación posible y fue enviado a la corte del emperador para que allí aprendiera el arte de gobernar. Esto le fue de gran utilidad para los cargos que tuvo que desempeñar más tarde.
Contrajo matrimonio con Leonor de Castro, una joven de la corte del emperador y tuvo seis hijos. Su matrimonio duró 17 años y fue un modelo de armonía y de fidelidad.
El emperador Carlos V lo nombró virrey de Cataluña (con capital Barcelona) región que estaba en gran desorden y con muchas pandillas de asaltantes. Francisco puso orden prontamente y demostró tener grandes cualidades para gobernar. Más tarde cuando fue Superior General de los jesuitas diría: "El haber sido gobernador de Cataluña me fue muy útil porque allá aprendí a tomar decisiones importantes, a hacer de mediador entre los que se atacan, y a ver los asuntos desde los dos puntos de vista, el del que ataca y el del que es atacado".
La gente empezó a notar que la vida y el comportamiento del virrey Francisco cambiaban de manera sorprendente. Ya no le interesaban las fiestas mundanas, sino los actos religiosos. Ya no iba de cacería ni a bailes, sino a visitar pobres y a charlar con religiosos y sacerdotes. Un obispo escribía de él en ese tiempo: "Don Francisco es modelo de gobernantes y un caballero admirable. Es un hombre verdaderamente humilde y sumamente bondadoso. Un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra. Educa a sus hijos con un esmero extraordinario y se preocupa mucho por el bienestar de sus empleados. Nada le agrada tanto como la compañía de sacerdotes y religiosos". Algunos lo criticaban diciendo que un gobernador no debería ser tan piadoso, pero la mayor parte de las personas estaban muy contentas al verlo tan fervoroso y lleno de sus virtudes.
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas posiciones y herederos de sus muchos bienes, fue ordenado como sacerdote, religioso jesuita. Esa fue "la noticia del año" y de la época, que el Duque de Gandía y gobernador de Barcelona lo dejaba todo, y se iba de religioso, y era ordenado sacerdote. El gentío que asistió a su primera misa fue tan extraordinario que tuvo que celebrarla en una plaza. En 1554 fue nombrado por San Ignacio como superior de los jesuitas en España. Dicen que él fue propiamente el propagador de dicha comunidad en esas tierras. Con sus cualidades de mando organizó muy sabiamente a sus religiosos y empezó a enviar misioneros a América. El número de casas de su congregación creció admirablemente.
Los primeros jesuitas llegaron al Perú el 28 de Marzo de 1568; era una expedición de ocho jesuitas provenientes de las provincias españolas. Fue San Francisco de Borja el que instituyó estas misiones, que en un principio abarcó la mayor parte de las actuales provincias de la América del Sur de habla hispana. Fue una de las mas prósperas en apostolado y en vocaciones, hasta la expulsión en 1767
A la vista de Dios se sentía pecador y digno de los mayores castigos. Pero este sentimiento, mezcla de vergüenza y temor, no se reducía a un estéril abatimiento, menos aún a una morbosa concentración en sí mismo, sino que le abría el paso a un ardiente amor a Dios. Cuando todas sus miserias quedaron consumidas en el fuego del arrepentimiento, su alma se abrió a la contemplación de los beneficios divinos y sus ojos se concentraron en Jesucristo, su pasión, sus llagas, su sangre, su alma. Si antes le aterraba la confrontación con la majestad divina, ahora le confunde el enfrentamiento con Cristo paciente. Viendo a Jesús llagado y puesto en cruz, prorrumpe en esa exclamación que vemos repetida varias veces en su Diario Espiritual: "Christus por me vulneribus confectus, et ego sine vulnere!". De aquí que sufriese con paciencia las enfermedades del cuerpo y las tribulaciones del espíritu, que amase ardientemente la cruz y que anhelase dar su vida por Jesucristo.
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